A mí, como a muchos de vosotrxs, me tocó “empezar de cero” en alguna ocasión. Dejar atrás aquello que había construido y empezar a construir de nuevo. En todas las ocasiones en las que decidí hacerlo, siempre fue por el mismo motivo: no me encontraba bien con lo que estaba haciendo o de quien estaba rodeada y sentía que no era yo misma, que me había perdido por el camino. No era la vida que yo quería vivir.
Así que decidí pedir ayuda y me puse en manos de una psicóloga.
No fue fácil tomar la decisión, pero sentía que yo sola no iba a poder con la situación que tenía en ese momento, ya que, lo que había intentado hasta ese momento, me había llevado siempre al mismo punto y no me estaba funcionando.
En el momento de la decisión, de romper con todo eso que me estaba haciendo sentir tan mal, sentí mucho miedo, frustración, tristeza, incertidumbre, me encontraba desorientada, frágil, sin fuerzas, y no sabía ni por dónde empezar.
En mi proceso terapéutico, me tocó reconstruir y colocar en su sitio cada pedazo de mí que dejé atrás. Me tocó experimentar cosas nuevas y enfrentarme a que, algunas de ellas, eran más agradables que otras. Me tocó descubrir que yo no era quién creía ser hasta el momento, que había cambiado y que seguiría cambiando. Que podría ser quien yo decidiese, pero que ello tenía un coste. Me tocó cuestionarme mis creencias, reestructurar algunas y fortalecer otras. Me tocó hacerle espacio y convivir con emociones, que para nada me eran agradables, pero me trataban de decir algo. Me tocó aprender a escucharlas. Aprender a escucharme.
Me tocó también aprender a dejar de darle más importancia a las opiniones y a las vivencias de otrxs, y aprender a confiar en mí. Sinceramente, ha sido de los saltos más grandes de fe que he hecho hasta ahora. Aprender a confiar en mí. Aprender a que me puedo equivocar y que no hay nada de malo en ello, que en eso se basa mi aprendizaje y que es la única herramienta que me va a llevar al lugar donde quiero ir. Me tocó hacerme responsable de mis acciones y las consecuencias que de ello se iban a derivar.
Aprendí que no está en manos de nadie mi felicidad, y que la felicidad, como la tristeza, son parte de la experiencia, y que no puedo disfrutar de una sin ser capaz de hacerle espacio a la otra. A que la felicidad es transitoria, a no tenerle apego. A que las sensaciones y emociones desagradables me estaban diciendo por dónde ir, al igual que las agradables. Que había muchas cosas en mi vida que no podía controlar y que mis intentos por controlar, las distintas situaciones, eran lo que me estaba causando malestar. Que había límites que tenía que respetar, y que tenía que aprender a defender los míos. A defenderme a mí incluso de mí misma. Con respeto y compasión, con amabilidad y con cariño hacia mí.
Aprendí a que no todo el mundo te quiere de la misma forma y a que, no todo el que te dice que te quiere, realmente lo hace. A que, si te dicen que te quieren, no significa que te quieran bien. A que hay tantas realidades y verdades, como personas hay en el mundo. A que no todo vale. A que, quien bien te quiere, no te hará llorar. A que no con todo el mundo va a darte abrazos que te lleguen al alma. A que no todo es eterno. A despedirme. A soltar.
Dar un paso adelante sin saber qué va a ocurrir da realmente muchísimo miedo, y más cuando, en ciertos momentos, no dispones de un refugio donde poder recargar fuerzas para seguir adelante.
Curiosamente, a pesar del miedo y la pena que pudiese sentir, al tiempo, empecé también a sentir alivio. Tranquilidad y paz se unieron al carro de mis emociones. Me resultó incómodo porque, en pocas ocasiones, las había experimentado durante tanto tiempo, hasta el punto que pensaba que algo iba a pasar o que algo estaba mal pero, fuese lo que fuese, ya no me preocupaba tanto. Ya no tenía tanto miedo.
Ahí fue cuando me di cuenta, que mi mejor refugio era yo. Cuando, pasar tiempo conmigo misma, pasó de ser un suplicio a ser una elección. Dejé de sentirme egoísta y de sentir culpa por defender mis límites y por alejarme de gente que no iba en consonancia conmigo. Comencé a cuidarme.
Y así es como empecé a vivir la vida que quiero vivir.